23 septiembre, 2009

Rouge, tacones y delantal de cocina

La gente tiene pequeñas historias. El bien contarlas las hace grandes. Me gusta hablar con aquellos que las relatan con el alma, como si aún las estuvieran viviendo. El grupete de los narradores me hace sentir cómoda.
Yo tenía una tía que sabía contarlas. Era del tipo de gente que uno dice:-"le pasó de todo".
No es estrictamente así. Solo que ella sabía hablar de pequeñas cosas de todos los días. Y el escucharla te hacía creer que se podría escibir un cuento con esas odiseas.
Era una mujer común. Robusta. Con unas enormes tetas. En su corpiño podía guardar tanto una pluma de tinta como una llave inglesa.
Una vez la he visto sacar de entre sus tetas el talón de las facturas de su fábrica y unos rollos de papel de lija.
Solía hablar tres palabras y pintarse los labios nuevamente con un rouge muy rojo. Usaba tacones hasta para limpiar la casa y cruzaba la calle en diagonal para ahorrar tiempo. Servía el desayuno ya lista para ir a trabajar por lo que se cubría las faldas con un ridículo delantal de color rojo, mi tío se lo había regalado alguna vez junto a unos juegos eróticos para que se disfrazara de mucamita.
Y con ese mismo delantal, en más de una oportunidad llegó al trabajo después de haber subido a por lo menos dos omnibus para llegar a él.
Hoy voy a empezar a recordarla en este blog y en los que siguen ya que, publicaré algunas de las historias que ella tenía en su haber.
Para ella, mi tía Estela. Se murió hace tres años como a ella no le hubiese gustado morirse nunca.
Después haré lo mismo con mi viejo, otro narrador nato. Pero a las de él todavía me cuesta un poco contarlas pero sé que le gustaría.
Sé que si ambos hubiesen tenido esta herramienta para escribir, nadie se hubiese salvado de escucharlos.
No espero estar a su altura, solo los recuerdo, nada más que eso.