13 diciembre, 2010

LA MAGDALENA

Magdalena era mi abuela paterna. No llegué a conocerla bien. Ella no se dejaba. Era difícil de entrarle a la vieja. En su época sufrió los ataques de malones, tormentas de langosta, sus hermanas fueron secuestradas, violadas y luego matrimoniadas con esos hombres del campo que elegían una mujercita en edad de merecer y se la robaban a caballo. Era dura pero distraída, como toda la prole que le siguió.
Cierta vez llegó a Buenos Aires de visita. En el horario en el que mi vieja iba a buscarnos al colegio.
LLegó hasta la casa y como no estábamos entró por el pasillo del costado-año 1978-, le sorprendió ver cantidad de perros en casa, todos mansos y amigables. Por detrás entró a la cocina, y ante tremendo quilombo se puso a limpiar colocando todo lo que pudo en los lugares que a ella le parecía. Se sorprendió con la heladera practicamente vacía y pensando que mi viejo andaba mal de guita fué hasta el almacén y llenó la heladera y las alacenas. Como tardábamos se puso a preparar unos buñuelos con pasas para nosotras. Lavó los repasadores. Los colgó. Se preparó unos mates y salió con uno a la puerta para esperarnos.
Ya en la puerta me vió saliendo del Kiosco de enfrente. Y yo la ví a ella. Con una sonrisa alegre-no sonreía mucho- levantaba la mano con el mate vacío saludándome.
Y entonces la pregunta:
-¿Que hacía mi abuela en la puerta de la casa del vecino?-

moka